Lector, quienquiera que seas, recordarás el contenido de este pequeño tratado, ya sea con placer y gratitud en el cielo, o con remordimiento y desesperación en el infierno. ¿Puede ser entonces un acto impertinentemente oficioso, recordarte cómo leer con ventaja lo que he escrito?
1. Llévalo contigo a tu armario. Me refiero a tu lugar de retiro para la oración; porque, por supuesto, tienes un lugar así. La oración es el alma misma de toda religión, y la intimidad es la vida misma de la oración. Este es un libro que debe leerse cuando se está solo, cuando no hay nadie más cerca que Dios y la conciencia, cuando la presencia de otros seres humanos no impide la máxima libertad de comportamiento, de pensamiento y de sentimiento, cuando, sin ser observado por ningún ojo humano, se puede dejar el libro y meditar, o llorar, o caer de rodillas para orar, o dar rienda suelta a los sentimientos en breves y repentinas peticiones a Dios. Te ordeno, pues, que reserves este volumen para tus momentos privados de devoción y reflexión, y que no lo leas en compañía, a no ser que sea en compañía de un pobre indagador tembloroso y ansioso como tú.